I.
Hay momentos en que extraño cierta inocencia de mi infancia
y adolescencia.
Como cuando pensaba que todo era posible y me imaginaba una
vida futura admirable. Pensaba que iba a tener hijos antes de los 30 y que
todos los hombres a los que les entregaría mi amor se lo iban a merecer
realmente. Me imaginaba como una mujer de hierro: segura, fuerte, respetada y
hasta un poco temida. Me imaginaba, en ese sentido, de convicciones firmes y
sobre todo, resuelta.
Creo que todas las chicas de mi generación que conozco, que
son mis amigas o que podrían serlo, tenemos todavía una visión parecida sobre
eso que queremos ser, aunque ya somos mucho más concretas que a los 15 años,
cuando todo era lo que nuestra imaginación nos permitía.
Lo más difícil es que no queremos perder nada de lo que nos
hace ser mujeres y ganar todo lo que los hombres siempre tuvieron: trabajar,
producir, tener poder, ser admiradas por lo que hacemos, jugar al fútbol, tomar
tragos fuertes.
Queremos, también, y contra cierta mezquindad femenina que
existe efectivamente, admirarnos entre nosotras. Para los hombres la admiración
hacia una mujer va a mezclarse indefectiblemente -en no todos, pero en la
mayoría de los casos- con el deseo sexual. En cambio nosotras podemos
admirarnos en tanto modelos a seguir. Mis referentes -quiero decirlo-
son figuras femeninas.
II.
Siempre me gustó la política, aún cuando casi no sabía nada
sobre ella, cuando en el secundario trataba de entender lo que pasaba sin tener
ningún tipo de memoria histórica de los hechos. Hace poco un hombre me dijo que
para las mujeres es difícil, que la política es un ámbito muy masculino.
Creo que hay algo de la relación con mi papá que se
trasluce en eso: somos los dos “políticos” de la casa, él me llama para decirme
que prenda la radio, que están haciendo una entrevista muy buena; yo lo llamo
para comentarle un artículo de algún blog que leí; los domingos nos sentamos en
el sillón a leer los diarios que llegan a la mañana: hacemos mate y tomamos los
dos, después se despiertan mis hermanos y comemos, volvemos a los diarios, al
mate, a las pequeñas charlas de domingo, son esos pequeños rituales que para mí
significan la felicidad.
III.
Anoche fue el cumpleaños de mi
mamá. Fuimos a comer a un restaurant con ella, mi papá y mis hermanos. Había en
la mesa de al lado varias parejas, una de ellas con una nenita rubia y con unos
ojos impresionantes que andaba dando vueltas de acá para allá, terriblemente
aburrida entre tantos adultos. Miré a mi familia y pensé que sin ellos estaría
perdida. Pensé que cuando no estoy trabajando o estudiando, mi casa -la de mis
viejos- esa casa estilo racionalista, diseñada hasta en los más mínimos
detalles, anclada en el centro de un barrio que parece casi un pueblo, esa
casa, me hace sentir que tengo un refugio para toda la eternidad. Y entonces
pienso en si realmente no quiero también eso para mí, y construir también algo
lindo en los afectos, un hogar, una familia y ser también mujer en ese sentido.
'Fuimos' a comer a un restaurant con ella, mi papá y mis hermanos. Abrazos, Sophia.
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