lunes, 14 de abril de 2014

Todos los caminos


Hacía varios días que venía obsesionada con ir a ver al cine La grande bellezza. Me habían dicho que tenía unas imágenes impresionantes de Roma, y como hace poco volví de un viaje de dos meses por Europa en el cual quedé fascinada con esa capital italiana que no se parece en nada a lo que yo había visto jamás, no quise cometer el error de verla en la pantalla chica.
Tenía la opción de ir con amigos, pero las combinaciones de horario desafortunadas hicieron que la opción más viable fuera ir un domingo a la noche con mis padres.
Estaba dispuesta a ver una película mediocre -hay quienes me dijeron que no era buena- con tal de rememorar esos tres días en que recorrí la ciudad del barroco con los ojos de una niña en una juguetería.
Pero La grande bellezza -una película que sólo podría haber sido filmada por un italiano (o un francés, quizás)- es mucho más que una colección de hermosas imágenes de Roma. Es la historia de una vida contada desde un punto de inflexión de ese recorrido que a todos nos toca hacer: el punto en el que podés volver atrás y mirar lo que pasó, sabiendo que las opciones que hay por delante se redujeron irreparablemente.
La película, que renuncia a mostrar de manera obvia la secuencia de hechos que se van sucediendo, tiene, sin embargo, un personaje que hilvana una historia sin principio ni fin: Jep Gambardella, un escritor de sesenta años que en su juventud escribió una novela que lo elevó al estrellato de la literatura italiana y también al selecto mundo de las celebrities que viven en la capital. Él dice algo así como “llegué a Roma no para participar de las fiestas, sino para ser el Rey de las fiestas”; este guión viene después de que en una de las primeras escenas haga su aparición este escritor de una sola novela (no escribe ninguna otra después de su hit): canoso, narigón, seductor, vestido con ese buen gusto que sólo los italianos alcanzan. Quizás no sea casual ese buen gusto por la moda y el buen gusto que exhiben las iglesias, las plazas, las esquinas de esa ciudad que muestra a cada paso una ambición al mismo tiempo de grandeza y delicadeza.
Pero aunque esa finezza citadina sólo existe en Italia, hay conflictos que son universales. Sentados en la terraza de la casa del protagonista, con vista privilegiada al Coliseo, Jep y su singular grupo de amigos escuchan cómo Stefanía hace alarde de lo exitosa que es como mujer y como madre. Jep, intencionadamente, la destroza: si publicó fue sólo porque se acostaba con el presidente del partido, su esposo está enamorado de otro hombre, nunca se ocupó de sus hijos porque nunca estaba en la casa. Es el momento más hilarante de la película, y quizás el más memorable: “en vez de creerte más que nosotros, date cuenta de que estamos todos en la misma, somos un desastre, acompañémonos” (me tomo la licencia de argentinizar el diálogo para traducir el mensaje que le da Jep al grupo después de la humillación a la que somete a su amiga).
Pese a todas esas imágenes bellas, los personajes son horribles. La caras retratadas expresan decadencia. Quizás esa maestría en el arte del retrato también sea típicamente italiana: basta ver cualquier película de Pasolini o de Fellini para advertirlo.
Decadencia, vejez y muerte van apareciendo sin ningún tipo de concesión a la melancolía o al melodrama. La presencia de la muerte es, desde la primera escena, algo que marca lo que le pasa al personaje. Por eso, hacia el final, en una especie de diálogo interior del protagonista, se expresa algo del sentido del título de la película: la belleza es algo que se tiene de a retazos, en el medio de esos retazos de belleza (¿de amor también?) está la nada, están las fiestas, el encuentro con esas personas que también están en la nada. Y después de eso, está la muerte.

Cuando terminó la película, algunos nos quedamos mirando la imágenes tomadas desde el Tévere hasta que la pantalla quedó en negro. Un hombre -de los pocos que quedaban en la sala-  le dijo a su esposa:  “esta es una película para gente de nuestra edad, ¿qué persona joven podría entender esto?”. Con mi mamá nos reimos.

1 comentario:

  1. No te rias Sophia. Quizás puedas asomarte... pero solo al final, a veces, es posible ese conciliador reencuentro con uno mismo. Mis respetos...

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