¿Por qué renunciamos a pensar las cosas?
Porque es más fácil.
Es más fácil no pensar que pensar.
Lo que nadie recuerda del “conmigo no Barone” de Sarlo es
que después dijo “no sabés lo que me costó a mi tener mi propio pensamiento”
Tener un propio pensamiento es un trabajo, un esfuerzo, una
intensidad, una persistencia en querer descifrar un enigma. Ese enigma es
propio. Una propia visión del mundo. En ensayar una explicación, ponerla a
prueba, pensar sus argumentos, a favor y en contra, contrastar, recalcular,
revisar.
Tener una propia visión del mundo no es un ejercicio de
individualismo, ni de soberbia, ni de esnobismo.
El esnobismo es otra cosa, el esnobismo lo ejercen quienes
pueden manejar el lenguaje de manera tal que se genere alrededor de ellos una
mística de superioridad. Sólo ellos y sus aledaños lo creen valioso.
Tener una propia visión del mundo es el ejercicio de lo que
nos hace humanos, como dice Hannah Arendt en la película, probablemente en sus
libros también, no lo sé, no los leí.
No tengo una propia visión del mundo, sé que me falta.
Trato de que la ansiedad no me ciegue. Sé que hay algo ahí, al final de un
trayecto, que es parecido al saber. A cierto saber, y a cierto ejercicio de la
libertad.
Hay una épica en eso: que te mueva una curiosidad, que ese
movimiento se transforme en sistema, en persistencia, como quien pasa horas
tratando de develar un acertijo. Esa satisfacción en la resolución, en entender
algo de este mundo que nos fue dado para que sea entendido.
Porque este mundo no existe más que en nuestro
conocimiento, como conocimiento.
Conocer es clasificar, es sólo eso. Nada del mundo nos
señala que algo es algo. Y sin embargo, el mundo está hecho de esos seres que
son lo que nosotros nombramos, y ellos se reconocen como eso que nosotros
nombramos de tal manera.
Pienso en la Evita de 9 de julio. Esos pedazos de hierro
erigiéndose sobre un edificio público. Todo el simbolismo del mundo está ahí
representado: la ciudad, el hierro, el rodete, la voz, la mujer, el hombre, el
liderazgo, la pobreza, la riqueza, la argentinidad.
Esas categorías fueron inventadas en algún momento, y nos
sirvieron para entender algunas cosas, o clasificarlas -que es lo mismo- y
ordenarlas en un sistema. Y entonces comenzamos a actuar según esas categorías.
Y a ser mujeres las que éramos llamadas mujeres, y a ser hombres los que eran
llamados hombres, y a ser peronistas los que eran llamados peronistas, y a ser
radicales los que eran llamados radicales, y a ser buenos los que eran llamados
buenos y a ser malos los que eran llamados malos.
Y pensar, entonces, es saber que esas clasificaciones no
tienen por qué determinarnos. Y que el mundo es mucho más libre de lo que
nosotros queremos que sea, y que podemos inventar nuevas maneras de pensarlo y
entenderlo, a veces incluso más acordes a la época.
Eso, supongo, es tener una propia visión del mundo.
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