jueves, 2 de octubre de 2014

Vacas

Do you eat meat?”, me pregunta una de mis nuevas amigas en Inglaterra. “Sí, no soy vegetariana ni vegana”, le respondo en inglés. “Ah, cierto -me dice- sos de Latinoamérica”.
Mientras estoy esperando a que vengan los técnicos a poner Internet (la espera fue inútil, terminé dándome cuenta -demasiado tarde- de que el Internet acá es autoservice), me pregunto cómo hacían Shakespeare o Cervantes para escribir sin computadora, a mano, como estoy penosamente haciendo ahora.
Pienso en el tema del vegetarianismo, el veganismo y el freeganismo, es lo que más me llama la atención de Europa, después de todo, no vengo de un continente demasiado diferente. No me siento una extranjera completa acá, sino una especie de prima lejana que viene del interior; a los europeos no les termina de quedar muy clara la geografía americana (“¿Está cerca de Venezuela Argentina?”), tampoco saben exactamente si los que provenimos de ahí somos indios, negros, blancos o de otras etnias desconocidas. Nosotros, los primos del interior, en cambio sí sabemos que el canal de la mancha separa a Francia de Inglaterra, conocemos los nombres de varios Primeros Ministros, sabemos que los italianos y franceses en general se visten bien. No me quejo, después de todo, quejarse del eurocentrismo es tanto renegar de un pasado constitutivo (y a la vez muy distante), como mostrar cierta hilacha de resentimiento, sentimiento que suele provenir de la falta de amor propio.
Le comento a Luz esto que advierto sobre la militancia alimenticia europea, me dice “seguro no se pierden de mucho porque no es muy buena la carne allá”. Recuerdo un mail que John me escribió en febrero, cuando vine por primera vez: “Calculo que no estarás viajando como Victoria Ocampo, que traía sus mucamas, nannies y vacas cada vez que venía a Europa”. Hace unas semanas, en un evento de la embajada argentina en Londres, volvió a mencionar las vacas que traía VO -esta vez el cuento iba dirigido a su nieta vegetariana, mientras él y yo engullíamos  unos sanguchitos de lomo que paliaban mi homesick por la carne nuestra- “La clase alta argentina traía sus propias vacas porque eran mucho mejores”, le dijo.
Esta situación particular no la menciona Bioy en su Borges, pero aparecen los grandes intervalos (de varios meses) en que “Bioy y Silvina viajan a Europa”. Ana y Sebastián me habían hablado de ese libro, pero cuando lo vi en la biblioteca de John dudé en llevármelo porque es muy pesado, hoy es lo único que me divierte leer. Ocupo mis horas de ausencia de Internet con los malicious gossip de Borges y Bioy. Me fascina que sean tan sinceros y arrogantes, tanto es así que los admiro. No tenían ningún tipo de pensamiento solemne respecto de los escritores europeos, por eso nunca necesitaron ser anti eurocentristas, o pro latinoamericanistas, simplemente todo escrito (o persona) por igual podía ser objeto de su severo examen crítico.
El otro día me hicieron una encuesta en la calle principal del pueblo en el que vivo, me preguntaron “Si conocieras las condiciones de trabajo de las personas que hacen la ropa que usás, ¿la seguirías comprando?”. Respondí que sí porque me pareció lo más sincero. Después de todo no necesito que me muestren un video sobre cómo se trabaja en Vietnam, Singapur o Malasia para imaginarme lo malas que son las condiciones laborales.
Ignoro si pasan ese tipo de videos en la televisión. Sí los pasan sobre la producción de comida animal. Luz me contó que en el recital de Morrissey en Buenos Aires el tipo proyectó imágenes de los animales maltratados. Ella, juiciosa como siempre, me dijo “no tenía ganas de ver esos videos horribles”.
Creo que más de la mitad de los jóvenes que conocí acá son vegetarianos o veganos; las probabilidades bajan si la persona es italiana, española o de clase baja. Les pregunté sus razones, todos me respondieron que no estaban de acuerdo con el trato a los animales. No imagino que esa reflexión provenga de otro lado que no sean los videos que circulan en la tele, o quizás en Internet.
Una de estas personas me mostró el otro día -como si se tratara de una rareza- un volante que le habían repartido en la universidad, era una fotocopia en blanco y negro (casi me agarra nostalgia de Filo) que invitaba a una reunión de los socialist students. Le dije que me parecería interesante ir, pero me miró con extrañeza. Trato de pensar la cuestión desprejuiciadamente, ¿por qué sería más noble militar por el socialismo que por las vacas? Unos escriben volantes, otros simplemente no compran carne y cuero, después de todo, son utopías postergadas a un futuro lejano. Dice Bioy que dice Borges sobre el comunismo: “A la gente le gusta porque les da un carácter y un grupo de amigos”.
* Foto de +Gaspar Lloret