“Buenos Aires es un territorio cosmopolita incrustado como tumor canceroso en el cuerpo del país”
Martínez Estrada
Ayer
Hasta 1880 uno de los problemas centrales de la Argentina
fue la necesidad de federalizar Buenos Aires. Se trataba de un problema
político, económico y territorial, tres caras con las que se arma -sumando tal
vez la cuestión cultural o social- el poliedro de una nación. En ese territorio
se generaba la mayor parte de los recursos de la República en ciernes, por eso
allí siempre se encontraría -hasta el día de hoy- la sede del poder político.
Buenos Aires era la puerta de entrada de un país que estaba delimitando sus
fronteras, desde allí se filtraba la cultura del viejo mundo; sus productos
manufacturados; sus inmigrantes españoles, italianos, polacos y por allí
salían también las materias primas, hijas de estas tierras fértiles que
caracterizan a nuestra pampa húmeda.
Quien le dedicó gran parte de su producción literaria al
problema de la federalización de Buenos Aires fue Alberdi, un pensador y un
político obsesionado por pensar y construir la República
Argentina; su herencia nos es transmitida desde el primer texto de nuestra
Constitución, de 1853. Es allí donde teoría y praxis alberdiana encuentran su
punto de conjunción, porque las constituciones son justamente eso: un texto con
nociones teóricas que determinan de manera suprema los límites de las prácticas
posibles.
La constitución argentina nació inspirada en el texto
constitutivo de un país federal como los Estados Unidos. Alberdi había leído El
Federalista de Madison (así como Sarmiento había leído a La democracia
en América de Tocqueville), pretendiendo imitar con sus Bases a ese
escrito político que inspiró la Constitución norteamericana. El problema de la
Argentina -al igual que el de los Estados Unidos para Madison- era su
gran extensión, porque los grandes territorios propendían a la instalación de
regímenes despóticos (era una visión romántica basada en la teoría del medio de
Montesquieu). La solución propuesta era la implementación de un sistema
federal, que hiciera de las autonomías distritales una virtud con la cual
combatir el despotismo. Así es pensado nuestro país, dividido
jurisdiccionalmente en 23 provincias y una ciudad autónoma, pero ¿es construido
acorde con esta visión?
Hoy
Alberdi insistía con que el problema territorial debía
resolverse, pero sobre todo porque no se jugaba ahí una teoría geográfica, sino
política: “En torno a la cuestión de capital se desenvuelve la historia
entera del poder en este país; ¿por qué razón? La hemos dado mil veces. Porque,
según sus condiciones de formación geográficas y económicas, la capital es el
Poder, y el Poder es el Gobierno.”
Alguien podrá pensar que es anacrónico volver a
concepciones que fueron esgrimidas hace más de un siglo, pero traduciendo
“capital” por “conurbano bonaerense”, ¿no podría la cita aplicarse a la
preocupación de cualquier partido político que pretenda gobernar la Argentina?
¿Cómo gobernar la inviable Buenos Aires? ¿Cómo adquirir hegemonía en ese tercio
del electorado que significa, también, un pesado y anquilosado tercio del
cuerpo del poder nacional?
Alberdi tenía la atención puesta en la cuestión de la territorialidad
nacional. Hoy la palabra “territorio” es utilizada en política para referir la
construcción del poder político (“Tal político viene del territorio”, “Hace
falta construir poder territorial”), pero ¿alguna vez se refiere la palabra al
territorio nacional en su conjunto? Esta es nuestra tesis: no hay proyecto de
país en la Argentina porque no se tiene una visión territorial de nación, el
problema simplemente se mantiene en silencio.
A los norteamericanos, en algún momento, se les ocurrió
edificar Las Vegas en una estepa en la que no crecía nada. En Argentina, quizás
el último proyecto que tenía algo de esa visión territorial fue el del intento
de traslado de la capital a Viedma, es decir, un territorio alejado de esas
tres o cuatro ciudades que se concentran en las cercanías del punto nodal que
es la ciudad de Buenos Aires Es paradójico, porque allí donde se pretende que
haya autonomía tiene que venir una cabeza nacional a distribuir recursos para
que el todo sea armónico, no hay posibilidad de federalismo sin un proyecto
nacional.
La Argentina tiene entonces un federalismo a mitad de
camino porque el cáncer de Buenos Aires fagocita toda célula viva que quiera
desarrollarse dentro del territorio nacional. Toda la Argentina es rehén de ese
tumor maligno que naturalmente atrae a toda la vida migratoria. Pero también
ese tumor tiene sus resonancias en la forma política de vida del país.
Tantos años de imposibilidad de concretar una
territorialidad más balanceada es lo que hace que en determinadas voces nuevas
se exprese la imposibilidad de gobernar Buenos Aires; lo que dice Martín
Rodríguez acá quizás pueda sintetizar toda
nuestra percepción del problema: “Gobernar Buenos Aires es como curar un
cuerpo enfermo con aspirinas. Una gobernación de reducción de daños, cuya
dependencia con la Nación es terminal. Una provincia que la Nación y el resto
de las provincias necesitan tener bajo la raya.”
Los términos “Nación” y “Buenos Aires” inclinan la balanza
en detrimento del peso de las provincias, la inequidad es simbólica, pero
también real. Cultura política y cultura territorial están intrínsecamente
ligadas y aunque parezca demasiado (anacrónicamente) moderna la caracterización,
es cierto que no se ha expresado en los últimos años un proyecto de nación que
contemple esa inequidad territorial.
Paréntesis
Existe una objeción posible a este razonamiento: un posible
proyecto de país es en términos económicos. Nuestra respuesta es la siguiente:
la política no es economía. La política es una ciencia artesanal, desde todos
los ángulos por donde se la aborde. El que aprende de política lo hace
artesanalmente, sus maestros son los padres con los que se va encontrando, y
los que tienen éxito son aquellos que cometen parricidio quedándose con las
mejores enseñanzas de sus tutores. Los proyectos políticos también son
parricidas, y audaces, y son los que pueden sumar las variables que recolecta
artesanalmente. Una de esas variables es la de la territorialidad, y la figura
paterna a la que la política tiene que matar es esa sentencia de que “Buenos
Aires es ingobernable”.
Medio millon de hectareas en el sur donde hacer represas, para que el bagre 'delfín' sea el señor de la luz... y su ivan, el terrible; es la prueba que la política es economia. El tutú que papá ganó laburando (aparte de tu nutrición, educación, etc)alcanzaria para el almuerzo de un bife de chorizo para dos o tres mil personas... una vez. La culpa que atribuiste a su mirada, estaba en vos, por confundir la incomodidad de ver el juicio en tus ojos. Pero seguro no lo robó, ni se lo dará a los pobres, ni se lo gastará en prostis. Quizás lo recibas un dia, y debas decidir que hacer con el fruto de la energia que cambió por su vida. Por vos. Apenas economia.
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