martes, 16 de mayo de 2017

Pubis Angelical


“Porque toda mujer necesita de un compañero, y el suyo deberá ser noble, generoso como ella, fuerte, para que la sostenga en los inevitables tropiezos de una vida. El debería ser...un hombre ideal, así como ella es una mujer ideal. Pero quién soy yo para decirte a ti, mi Señor, lo que debes hacer. Tal vez ya le has otorgado lo que merece. Tal vez ella no necesite de nadie, su valor, su entereza, su generosidad, tal vez ya le hayan demostrado que ese hombre ideal que espera...lo lleva dentro suyo.”






31 de diciembre de 2015. En el almuerzo familiar mi hermana le reprocha a mi abuela su machismo, le dice que ella siguió la tradición al ocuparse de la casa. Mi abuela la corrige, dice: “Lo mío fue una elección, yo decidí dedicarme a la casa y a mis hijos”. Mi abuela tenía 30 años en 1979, la misma edad que Anita, el personaje de Pubis Angelical, novela que Puig publicó ese mismo año. Anita es una argentina viviendo en México que, enferma de cáncer, empieza a escribir un diario íntimo ante la desesperación que le provoca la idea de su muerte. El personaje de Anita está basado en Silvia Rudni, periodista de Primera Plana durante los dorados años del semanario que murió en México en 1975 a causa de una meningitis. Silvia, Felisa Pinto y Vicky Walsh conformaban el staff femenino de la revista, uno de los mayores símbolos de la modernización de esa época en Argentina. Las tres amigas eran íntimas de Puig, él las pasaba a buscar por la redacción de la revista para luego ir a La Paz o al Bar Moderno a charlar de amores, de moda o de cine. De los cuatro, la que vive aún es Felisa Pinto, a quien entrevisté en 2014. “Yo nunca fui pop -comenzó describiéndose a sí misma- yo siempre fui moderna”. Ante mi desconcierto agregó que ser moderna implicaba ser un poco marxista y un poco feminista, pero vistiéndose a la moda. Cuando empecé hace unos día Pubis Angelical no pude más que encontrar las expresiones de Felisa en las palabras de Anita. O mejor dicho, imaginaba que las conversaciones de Anita con la mexicana Beatriz eran las conversaciones entre Felisa, Silvia, Vicky y Manuel; las discusiones de la época, que tal vez son las mismas discusiones de ahora, sobre los hombres, sobre lo que la mujer busca en el hombre, sobre lo que la mujer piensa que va a encontrar en el hombre (“Beatriz, lo único que me da ganas de seguir viviendo...es pensar que algún día voy a encontrar a un hombre que valga la pena”), pero también sobre las amistades femeninas y sobre las hijas, porque en Pubis Angelical las mujeres solo tienen hijas mujeres.

Hacia el final de la novela Anita ya no piensa en encontrar al príncipe azul como le dice al principio a Beatriz, sino que le pide que le diga a su mamá y su hija pequeña, quienes viven en Buenos Aires, que vayan a verla a México. Es a ellas a quien quiere ver, quiere, en realidad, “hablar con ellas”, agrega, “hasta pueda ser que nos entendamos”. Anita ya no piensa tampoco en su relación con Pozzi, un abogado defensor de guerrilleros de la JP.  A través de Pozzi no sólo se despliega un testimonio de lo que fue la dictadura del 76, el exilio y el peronismo revolucionario de las clases medias, también se enuncia el trato paternalista que Pozzi le dispensa a Anita («Cómo explicárselo a una como vos?», «Una tonta, una tarada ¿no?», «No, una despolitizada. Si querés hablar en serio no me jodas con esas cosas. Hacer política es igual a fuerza. Política es igual a fuerza»). En paralelo, hay una historia de fantasía, en clave hollywoodense, sobre una mujer de una belleza excepcional que se convierte en estrella de cine americano, que pasa por sucesivos enamoramientos que terminan trágicamente, y cuya hija, a quien abandona, repite en cierto modo la misma historia. Historias que representan el mundo de fantasía femenino, lleno de exuberancias que son parte también del cliché de la feminidad: los perfumes franceses, los vestidos de fiesta, las joyas, la imagen de la mujer de gala con el hombre perfecto a su lado. Pero ese mundo de fantasía está dominado por fuerzas masculinas que terminan encarcelando a esas mujeres, arrojándolas a situaciones de encierro, de enfermedad, de sexualidad forzada. Para esos hombres las mujeres son “resentidas y taimadas”, bellas pero descartables o peligrosas. Estos hombres siguen un precepto: “niño de hoy, macho del mañana: rebaja a la hembra, convéncete antes tú mismo de que es inferior a ti, y así se irá convenciendo ella sola.”
1 de enero de 2016. Terminé hoy la novela de Puig y hay una pregunta que me surge inevitablemente: ¿cómo relatar la experiencia femenina? Es decir, ¿cómo relatar la experiencia femenina cuando no se sabe qué es lo que se entiende por “femenino”? O mejor, ¿cómo relatar la experiencia femenina sin caer en un esencialismo de lo femenino? ¿Cómo hablar de lo femenino sin caer en un juicio de valor, sin reproducir estereotipos? Creo hay algo de la experiencia de la mujer que es particular, que existe una experiencia femenina, que yo me veo representada en ciertas expresiones de la experiencia femenina y que esas expresiones no se encuentran en el universo de lo masculino, cualquiera fuera este.  La experiencia femenina, me respondo, sólo puede transmitirse fragmentariamente. Son las pequeñas anécdotas, los frustrados amores, las decisiones personales y toda la serie de vivencias de nuestras amigas, nuestras madres, nuestras abuelas, nuestras hermanas, las que nos constituyen, en parte, como mujeres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario